“No
volverá a suceder” es un unipersonal circense con distintos ingredientes. Por
momentos notamos la torpeza de un hombre que intenta hacer malabares pero
fracasa sin lograr un número completo. En otras instancias, nos asombramos ante
su templanza, su gracia y la empatía con el público heterogéneo.
Alejandro
Feijoó es un payaso que cuando encuentra su disfraz, nos sorprende hasta dejarnos
boquiabiertos con cada una de las pruebas.
Existe tal variedad que nos pasea por el mundo de la alegría demostrando que se
puede entretener con un plumero de colores, con una percha, con dos cepillos de
dientes, entre otros objetos. La cuestión es que cada cosa toma una dimensión
diferente y un sentido particular.
En cuanto
a la escenografía, ésta se conforma por: una valija que contiene varias cosas,
un perchero y una bolsa que incluye su vestuario. A su vez, es interesante cómo
se desarrollan los diversos sketchs durante la función. Al ser un solo artista,
utiliza el recurso de contar con una asistente (Itatí Zammar) -la cual se vale
de empleada -de envíos a domicilio- y luego novia-.
Él es
adulto pero se ríe como un niño, se sorprende como tal, no tiene conflictos y
vive sorteando pruebas.
A lo
largo del relato, el actor no utiliza la palabra, salvo cuando en determinados
momentos suena el teléfono. Es la única instancia en que escuchamos su voz, al
igual que cuando abre la puerta para ingresar la mercadería solicitada y firmar
el remito.
El
aparato telefónico justifica el nombre de la obra “No volverá a suceder”.
Ahora, si cuestionamos por qué lleva tal título, es complicado encontrar una
respuesta certera. Podríamos creer que la persona que está del otro lado del
tubo lo reta pero nunca conocemos el motivo. Quizás el hecho de que escuche
música, de que haga diversos sonidos o que ensucie el departamento. Por algún
motivo, desconocemos qué es lo que no tiene que suceder nuevamente. Quizás sea empleada doméstica -ya
que en cierto momento se viste como tal- y su jefa sea quien lo rete
constantemente.
Lo cómico
del espectáculo es cómo van llegando momento a momento los diversos aparatos a
su domicilio. Algunos tendrá que armar -con las instrucciones en vivo- y otros,
simplemente, comenzar a usar.
Tal como
dije al comienzo, visualizamos distintas pruebas de malabares. Unas son con
pelotitas, otras con esferas transparentes y, el desafío, aumenta al igual que
la cantidad de objetos. Cada una de las instancias es acompañada por música, la
cual es sincronizada con sus movimientos. De esta manera, se obtienen distintas
coreografías, muy llamativas.
Claro que
el número que se lleva todos los aplausos es uno que consiste en inflar un
inmenso globo e introducirse en el mismo hasta divertirnos con saltos y
diversas representaciones.
No
volverá a suceder – dice en un momento por teléfono. ¿A quién le habla, a quién
le da explicaciones? Evidentemente no es relevante saberlo. Solo al final del
show, cuando se hace presente la empleada y se instala en su casa, ella decide
responder el teléfono y dejar algunas cuestiones en claro. Su madre es la que
hace sonar el aparato. De este modo, podríamos entender que el relato va de
adelante hacia atrás en lo que respecta al teléfono, aunque si tomamos como eje
este detalle, estaríamos en presencia de un guión alineal.
“No
volverá a suceder”, parece ser una disculpa, una justificación a realizar lo
que más le gusta que es entretener y demostrar sus dones en el escenario. ¿Por
qué pedir perdón ante tal maravilla?
http://saborateatro.com/2013/07/28/perdon-por-divertirme-y-divertirlos/
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